
Miguel caminaba como de costumbre por puro placer por el centro, mirando al frente sin observar nada en particular, pensando que él parecía ser el único que estaba contento de que el aplomante verano hubiese pasado dejando días grises y frescos.
Prefería los días otoñales para poder pasear.
Entonces le pareció verle de nuevo al mismo tiempo que tuvo una extraña sensación cálida acariciándole la espalda.
Debía haber transcurrido por lo menos un año desde la primera vez, porque había pasado otro verano, y el cielo era gris. Y el tiempo era fresco como la primera vez.
Caminaba pausado pero firme en su dirección a lo lejos y le recordó entonces perfectamente aunque no le había visto en mucho tiempo.
Estaba totalmente seguro que era él. Vestía la misma ropa: chaqueta de punto grueso oscura, camiseta blanca y tejanos desgastados...
No, no. Los vaqueros eran diferentes y llevaba una bufanda palestina de tonos blancos y rojos.
Todavía flotaba a su alrededor una especie de aura.
Su rostro aún poseía aquella bella palidez y sus ojos eran de un color dorado intenso y parecían tener brillo propio.
Daniel se giró para observarle con curiosidad a la vez que aquel bello desconocido pasaba a su lado sin percatarse de su presencia. También lo hizo un transeúnte con gabardina.
Percibió que, efectivamente, flotaba una luz pálida sobre aquel hombre y que desprendía un aroma dulce pero ligero como su aura
Se volvió en redondo, vació un instante y luego se puso a seguirle. Se sintió un poco estúpido, incluso avergonzado pero no podía permitirse dejarle escapar.
Tan pronto como se puso a seguirlo, se olvidó de todos los planes que tenía para toda la tarde.
Descendió media avenida, esquivando el gentío de la calle, persiguiendo de manera compulsiva a aquel desconocido, buscando su cabeza entre las demás.
Notó un leve zumbido en su bolsillo. La vibración de su móvil le hizo volver de nuevo al mundo real. Echó un ojo rápido a la pantalla a la vez que fruncía el cejo e ignoraba la llamada.
Levantó de nuevo la mirada y se puso a divisar para localizar a aquel bello desconocido entre la muchedumbre. Pero no le vio. Un segundo fue suficiente para perderle la pista completamente.
Y ahí se quedó, inmóvil y pensativo pensando que su vida había cambiado en un momento, mientras la ciudad seguía su rumbo, retumbando a su alrededor sin percatarse que el aire oscurecía para dar paso a la noche.
Picture courtesy of Chatzilla from Flickr.
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