
Caminaba tranquilamente por el centro sin ninguna razón en particular más que poder pasear sin rumbo fijo por pura diversión en una de esas tardes de otoño, de esas que el cielo es de un color gris suave y la gente sale a la calle abrigada por primera vez ya que el calor adormilante del verano ha decidido irse hasta el año que viene.
Entonces le vio.
Vio a un hombre caminando a paso lento pero firme calle abajo en dirección a él. Vestía una chaqueta de punto grueso oscura y unos vaqueros gastados.
Su cabello oscuro que contrastaba con una piel aporcelanada ondeaba ligero al viento y su rostro parecía estar iluminado por una sonrisa.
Tenía unos rasgos muy angulares y poseía una belleza frágil, enigmática.
Miguel pensó que era agradable ver a alguien sonriendo en la calle; era como una señal afable.
Pero cuando estaban a punto de cruzarse se dio cuenta que aquel hombre no estaba sonriendo: hacia muecas y su semblante reflejaba una gran bella melancolía.
De manera casi automática se volvió y le observó mientras se iba haciendo paso entre la muchedumbre. Aún le envolvía una extraña luminosidad y él se percató que no era el único que le observaba. Mucha más gente se quedaba parada, se giraba y se quedaba admirando aquel halo de perfecta belleza misteriosa...
Imgae courtesy of titustid from Flickr.
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